El recuerdo viviente que me trae mi juego de la infancia no dejará de latir. Soy un convencido de que seguiré jugando hasta que sea ya viejo, y de verdad las consolas con controles, cables y cartuchos se vayan al más profundo olvido. Hasta que eso pase, seguiré jugando y rememorando todas esas veces cuando me sentí dueño del mundo, conquistador de las más arduas dificultades, y acreedor de todos los premios. Lástima para mi que ese mundo no pasaba la puerta de mi casa. Son un bello recuerdo que me inspiran constantemente a no fallar, a no darme por vencido, a no claudicar, ni ser abatido por la adversidad.
La hermosura de los pasajes lluviosos me traen nostalgia de mis tiempos primeros, ya sera por su característica natural de atraer el pasado a las personas, o por mi gusto por ella. Tal vez sea por ambas. Sentir gotas de lluvia en el rostro, en el pelo o el escuchar el murmullo de las gotas al caer es algo invaluable, único. Irrepetible porque cada gota tiene su esencia y su historia. La lluvia siempre me invita a inspirarme en la vida, en lo perceptible de lo hermoso de nuestro mundo, pero que nuestro orgullo tapa con la más ridícula de las vendas.
La serie favorita de mi pre-adolescencia todavía la tenía guardada como una canción con un final desafinado: fanatizado por dicha trama, comencé a seguirla sin control, todas las noches. Misma hora, mismo canal. Lástima, me perdí el último capítulo -o al menos eso pensaba yo, antes de saber que no era así-. Al otro día la vi, la estaban repitiendo desde el inicio. Llanto desconsolado, incomprensible, hasta inmaduro. Pero con tanto sentimiento que no podía ser controlado. Dicha serie animada me convierte todavía en un apasionado por lo que siento, y de ubicar el tan ansiado norte que mi corazón necesita, con lucha, pasión y amor.
Quizás se me han quedado muchas cosas en mi mente, pero no me pondré a contarlas todas. Simplemente estos recuerdos me han hecho revivir ciertas cosas que no hacía hace mucho, y que de ellas saco la mayor lección: el valor por las cosas simples, sencillas, de la vida.
Gracias, Dios, por darme la oportunidad de rememorar mi esencia.
:)
1 comentario:
Me llegó Jonathan, aunque no juegue Sonic. Realmente es genial, no tan sólo rememorar nuestro pasado, nuestra niñez, sino que también es entretenido comprobar que nuestra esencia pervive pese a todos los cambios superficiales que hemos tenido, algo así como que nuestra esencia es la profundidad del mar ... y los cambios nuestros vienen a ser las olas en alta mar (se te hace conocida la metáfora?).
Mis saludos, ahí hablamos, yo escribiré un par de cuentos más para cerrar "el libro".
Publicar un comentario