jueves, 7 de octubre de 2010

Quien me escuchó cuando más lo necesitaba

-El otro día, parece que te conté, le pedí a Dios que me ayudara-
-Ah, no creo en eso. Pero bueno, ¿Qué paso?-
-Estaba angustiado, muy afligido y con muchos problemas. Me puse bajo el crucifijo que tengo en mi cuarto, le pedí que me ayudara, me tranquilicé-
-Ah, pero viejo! Eso se soluciona con un tranquilizante-
-Amigo, él no me dio un tranquilizante. Me dió su voz, y eso me basta-
-No te comprendo. Cómo puedes creer eso...-
-Creo, y con razón. Porque sé que existe. Él me ayudó, y puede ayudar a cualquiera que confíe en él-
-Ah, no te creo...-


Luego de un tiempo, se vuelven a encontrar...

-Amigo, cómo estás?-
-Muy bien, y tu?-
-Excelente. ¿Recuerdas la otra vez, cuando conversamos acerca de Dios?-
-Sí, recuerdo perfectamente.
-Que bueno. El asunto es que seguí tu consejo, le pedí a Dios que me ayudara en ciertos asuntos que necesitaba. Y vaya que lo ha hecho. Me ha hecho cambiar toda mi concepción de la vida. Ahora sé que sí existe, y que lo otro no era más que una simple negación-
-Me alegro mucho amigo mío. Dios nos ayuda a todos, sólo hace falta tener fe. Ahora debo irme, me esperando...-
-Hey! Espera!

El hombre sacó unas alas blancas, brillantes. Salió volando de donde se encontraron, hacia el cielo. Su amigo, perplejo, siguió su vida.

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