viernes, 12 de noviembre de 2010

Mi casa huele a muerte animal

Me senté al lado de él, de su agónico cuerpo invadido por las pastillas y los jarabes mal recetados por el veterinario. Me sentía mal, muy mal. Lo vi pensando que se podría recuperar, que podría salir adelante, pero no sucedió. Tuve que estar sólo para que, a mis pies, diera su último aliento, con su lengua morada, sus ojos desorbitados llenos de lagañas, sus entrañas pidiendo y suplicando que no siguieran ardiendo debido a los medicamentos mal recetados. Mientras él intentaba moverse, intenté frustradamente darle agua con algo para evitar el vómito, pero no resultó. Seguía tiritando, hasta que decidí preguntarle a mi vecina si sabía algo. Mientras ella llegaba, vi cómo se estiraba por última vez, hasta quedarse quieto, paralizado, muerto.
Su boca estaba fría, su cuerpo tibio debido a que estaba bajo el sol. Mi vecina me decía frustradamente: "No hay nada más que hacer, esta muerto". Mientras lo veía postrado, ya no como mi mascota, sino como un cadáver, me di cuenta lo mal que había hecho, lo poco que lo disfruté, y la culpa que siento al no cuidarlo. Me siento culpable, muy culpable de la muerte, del canino más filosófico del mundo, de mi perro, mi mascota, que ahora ya no está.

Q.E.P.D Aristóteles
Marzo 1998 ~ Noviembre 2010



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